La integridad ética requiere tanto de la inteligencia de entender que el presente es el fruto de elecciones pasadas, como del valor de involucrarnos en ella como el escenario donde se crea lo que vendrá. Nos faculta a abrazar la ambigüedad de un presente atado a un pasado irrevocable y libre para un futuro indeterminado.
La integridad ética no es certeza moral. Una certeza a priori sobre lo que es correcto o no, es incompatible con un mundo cambiante e inseguro, para el cual el futuro está abierto, listo a nacer de las elecciones y los actos. Esa certeza puede consolar y fortalecer, pero puede entorpecer la percepción de lo único de cada momento ético. Cuando nos enfrentamos con las complejidades del momento, sin precedentes e irrepetibles, la pregunta correcta no es...qué es lo correcto para hacer? sino.. qué es lo compasivo para hacer? Esta elección puede ser enfrentada con integridad pero no con certeza. Al aceptar que cada acción es un riesgo, la integridad acepta la facilidad que la certeza desdeña.
La integridad ética es amenazada tanto por el apego a la seguridad de lo conocido, como por el miedo a la inseguridad de lo desconocido. Es propensa a ser azotada sin remordimientos por los vientos del deseo y del temor, duda y preocupación, fantasía y egoísmo. Cuanto más nos acercamos a estos, más se erosiona nuestra integridad y nos encontramos arrastrados por una ola de hábito psicológico y social. Al responder a un dilema moral, repetimos las palabras y gestos de un padre, una autoridad moral, un texto religioso. Aunque el condicionamiento moral puede ser necesario para la estabilidad social, no sirve como paradigma de integridad.
A veces, sin embargo, actuamos en una forma que nos sorprende. Un amigo nos pide consejo sobre una difícil elección moral. En vez de consolarlo con perogrulladas o con la sabiduría de otro, decimos algo que ignorábamos saberlo. Tales gestos y palabras brotan del cuerpo y la lengua con una espontaneidad sorprendente. No podemos llamarlos “nuestros” pero tampoco los hemos copiado de otros. La compasión ha disuelto la fortaleza del ego. Saboreamos, por un pocos segundos estimulantes, la libertad creadora del despertar.
Sabiduría tibetana
La integridad ética no es certeza moral. Una certeza a priori sobre lo que es correcto o no, es incompatible con un mundo cambiante e inseguro, para el cual el futuro está abierto, listo a nacer de las elecciones y los actos. Esa certeza puede consolar y fortalecer, pero puede entorpecer la percepción de lo único de cada momento ético. Cuando nos enfrentamos con las complejidades del momento, sin precedentes e irrepetibles, la pregunta correcta no es...qué es lo correcto para hacer? sino.. qué es lo compasivo para hacer? Esta elección puede ser enfrentada con integridad pero no con certeza. Al aceptar que cada acción es un riesgo, la integridad acepta la facilidad que la certeza desdeña.
La integridad ética es amenazada tanto por el apego a la seguridad de lo conocido, como por el miedo a la inseguridad de lo desconocido. Es propensa a ser azotada sin remordimientos por los vientos del deseo y del temor, duda y preocupación, fantasía y egoísmo. Cuanto más nos acercamos a estos, más se erosiona nuestra integridad y nos encontramos arrastrados por una ola de hábito psicológico y social. Al responder a un dilema moral, repetimos las palabras y gestos de un padre, una autoridad moral, un texto religioso. Aunque el condicionamiento moral puede ser necesario para la estabilidad social, no sirve como paradigma de integridad.
A veces, sin embargo, actuamos en una forma que nos sorprende. Un amigo nos pide consejo sobre una difícil elección moral. En vez de consolarlo con perogrulladas o con la sabiduría de otro, decimos algo que ignorábamos saberlo. Tales gestos y palabras brotan del cuerpo y la lengua con una espontaneidad sorprendente. No podemos llamarlos “nuestros” pero tampoco los hemos copiado de otros. La compasión ha disuelto la fortaleza del ego. Saboreamos, por un pocos segundos estimulantes, la libertad creadora del despertar.
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