Mi amigo Toni Fernandez Ortega es muy joven y, a pesar de ser invidente, es una de las personas mas alegres y positivas que conozco. Gracias a la tecnología está siempre presente en las redes sociales, escribe sus sentimientos y emociones de manera clara y transparente, y compone música como la que podeis escuchar clicando su foto. Cuando cliqueis para escuchar su música, vereis que es un bromista; se ha hecho una foto "leyendo", pero sus ojos no ven nada, lo ve todo con el corazón.
Esta es su reflexión:
Musica de Toni: //soundcloud.com/toni-fernandez-ortega/black-and-white
Esta es su reflexión:
Musica de Toni: //soundcloud.com/toni-fernandez-ortega/black-and-white
Hoy me utilizo como banda sonora para este pensmiento; nos pasamos la vida rindiendo homenaje a nuestros ídolos y nunca nos acordamos de nosotros.
Tanto es así, que incluso cuando alguien nos gust, lo que intentamos a toda costa, por ejemplo, es impresionarle; al menos para poder captar su atención. Una vez conseguido ese paso, ya hablaremos. Cundo alguien nos gusta, o cuando queremos conseguir algún objetivo que depende de alguien, como un ascenso en el trabajo, integrarnos en un grupo en concreto, como una banda de música, una empresa, o simplemente un grupo de amigos. De esta forma, e igual que ganar esas pequeñas grandes batallas (conquistar a esa persona especial, ascender, ser el nuevo bajista, o uno más de la pandilla) resulta ser una sensación de lo más dulce y agradable, perderlas representa, en el momento en que te das cuenta de que eso ha ocurrido, la mayor de las leches que te llevas en la vida, por mucho que hayas perdido o ganado objetivos más importantes (él o ella te rechazan, tu jefe no solo te dice que no te asciende, sino que te despide, los de la banda piensan que no tienes el nivel necesario, y tus condicionale amigos te dejarían entrar si no fueras tan friki), y reza para estar lejos en el momento en que ella encuentre a otro alguien, tu jefe contrate al capullo de tu compañero de clase que no sabía ni hacer la o con un canuto, los de la banda hayan encontrado a otro bajista mejor que tú (que los hay, sin duda), y cuando tus casi nuevos amigos se entiendan de maravillis con ese personaje despreciable que te incordiaba cada dos por tres en clase y fuera de ella.
Hemos llegado a asumir el liberalismo político que lo hemos combertido en el mecanismo de racionalización de nuestro cerebro, de nuestro ser, de nuestra especie, hasta el punto, en algunos casos, de llegar a humillarnos por conseguir aquello que queremos, deseamos, necesitamos. Somos, en general, incapaces de vivir solos en paz, y lo peor de todo es que hemos olvidado que los unos necesitan a los otros, y biceversa, siempre; en cualquier momento. Hemos olvidado que las apariencias no son lo más importante, que la clave del éxito personal no es tener el mundo a los pies de uno, que todo el mundo le admire y que sea el ser más aclamado; sino algo tan simple y complicado como es el sentirse agusto con uno mismo. Hemos olvidado que alegrarnos de los éxitos de los demás (que ellos dos sean felices, el éxito de tu compañero tonto, la integración del otro bajista, y la de tu compañero insoportable) no solo sirve para sentirnos bien con nosotros mismos (si se hace de forma sincera), sino que puede servir para entender y aprender: tal vez te precipitaste demasiado con esa persona que necesitaba tiempo y tranquilidad, aunque fuera más tonto que mear parriba el chaval se esforzab por mejorar, puedes intentar aprender técnicas de ese bajista que te ha quitado el puesto para mejorar, y a lo mejor tu compañero te incordiaba por envidia o porque tenía problemas y no sabí cómo desahogrse aunque no fuera la mejor manera.
Toni Fernández Ortega |